jueves, 10 de septiembre de 2015

A veces las personas lloran no porque sean débiles, sino porque llevan mucho tiempo siendo fuertes.


Se asomó al abismo de sus ojos negros y allí encontró todo el dolor y el miedo del mundo.
Tuvo que apartar su mirada, su propio sufrimiento le partía el alma, y cada vez que la miraba, quería resguardarla para que ni siquiera la tocara el viento y pudiera seguir dañándola.
Quería hablarle, asegurarse, quería escuchar su voz más que cualquier otra cosa en el mundo. Quería escuchar que de nuevo aquellas cuerdas vocales habían recuperado la memoria y la conciencia y recordaban lo que significa vivir, lo que significa vocalizar…
Pero no se atrevía, se le secaba la boca y sólo podía volver a mirarla.
Quería preguntar… ¿Cuál era el motivo de esos ojos tristes? Y abrazar el motivo…fuera el que fuere.
Y entonces recordó a su madre, era poco habladora, pero lo suficiente como para que cada vez que hablara…Sentenciara.
Y lo peor es que por norma, siempre llevaba razón, aquella vez también la tenía, puesto que cuando se calló y la pregunta no salió de sus labios, no lo había hecho por una única razón, una razón que su propia progenitora le diera hace demasiado tiempo:
“Hijo mío, si no estás preparado para la respuesta…No hagas preguntas.”
Y no la hizo. Guardó silencio, se calló. Pero entendió algo que no necesitaba interrogantes; es en el silencio cuando a veces se dicen más palabras, se interpreta más conversaciones que incluso cuando se grita a pleno pulmón.
Cerró los ojos.

La abrazó. Por lo único que rezaba en aquél instante era que, aunque fuera una milésima parte su dolor se traspasara a su cuerpo y ella dejara de sentirlo.



Besos y Abrazos Lunáticos 

Namasté 


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